Cuatro décadas antes que en el polo sur lunar se detectara agua en estado sólido, astronautas de las misiones Apolo coincidían en bautizar a la Tierra como “el planeta azul”.
Desde esa mirada, dos tercios de la superficie se cubren de mares; y casi la mitad del sector terrestre se interconecta por cuencas y acuíferos, atravesando fronteras, culturas, razas y economías.
En América del Sur, cuatro países vecinos comparten lo profundo del acuífero Guaraní. En África, al norte del Sahara y en Nubia, sobre los dos reservorios de agua fósil más grandes del planeta; sus habitantes nacen, crecen y mueren acostumbrados a la sed.
Al norte de Argentina, la Laguna de los Pozuelos es el humedal más grande de la puna jujeña. Su función es administrar agua y vida. Mientras colecta lluvias y surgentes locales, provee de nutrientes en la cadena alimentaria. Ofrece condiciones de refugio a especies únicas, raras, sensibles o en peligro; y se caracteriza por la variedad de especies de avifauna, muchas de ellas migratorias. Posibilita los ciclos biofísicos; suministra agua en buen estado y depura las residuales. Regula niveles de creciente, controla sedimentos y protege la erosión de las riberas.
Al modelar paisajes y crear microclimas, permitió el desarrollo de sociedades originarias; complementa la economía de las actuales, resguarda cultura y estética; siendo el ámbito de encuentro de la investigación, la educación y el turismo.
No se conoce ninguna forma de vida que tenga lugar en ausencia completa de agua. Hasta para las dos condiciones inevitablemente humanas, la risa y el llanto, la necesitamos.
El agua es el legado para las siguientes generaciones.